Frankie y la boda

Con muchísimo retraso (shame on me! una vez más) me uno a mis compañeros del Club de lectores 2.0 para hacer la reseña bimensual, en esta ocasión, como reza el título de la entrada, hablamos de Frankie y la boda de Carson McCullers, una novela que ha espantado a mis otros lectores amigos y no logro entender por qué, porque a mí me ha parecido una delicia.

Frankie y la boda es un título absolutamente descriptivo, en la novela se cuenta como Frankie, una cría de doce años, se enfrenta a la boda de su adorado -aunque ausente- hermano mayor y usa esa excusa para contarnos 48 horas de su vida. Hay que empezar diciendo que Frankie es una niña un tanto peculiar, que se cree mala, muy mala, pero más que mala es sólo es una niña tonta, muy muy tonta, en una edad muy difícil en el que ya parece una mujer -por un detalle al que haré referencia más tarde- pero que tiene la inocencia -y maldad- de una niña pequeña en un mundo en el que ser tan ingenua es muy peligroso.

La novela pivota en torno a tres personajes: Franky, su tata negra Berenice que sirve como proyección al mundo adulto y, John Henry, un niño de seis años que sirve de anclaje para la infancia (tanto es así -selecciona si quieres leer- que muere de meningitis al final de la novela para que quede aún más patente el fin de la infancia de Frankie)

La novela es muy poco optimista, y ya sé que es muy difícil hablar de la entrada al mundo adulto con optimismo pero hay que señalar que McCullers la verdad es que se pasa un poco, a saber: la adulta que tenemos es una mujer negra, con todo lo que ello conlleva en los EEUU en la época en la que está ambientada la novela, a la que le falta un ojo porque se lo sacó uno de sus maridos y que sólo ha sido feliz durante un breve periodo de tiempo con el único hombre al que de verdad amó, es decir, su primer marido que, como las desgracias han de ser espantosas, murió al poco tiempo de casarse, probablemente cuando aún era una adolescente ¡los adultos felices no existen en el mundo de Frankie y la boda

En el otro extremo tenemos a John Henry, un niño que ve como su compañera de juegos, Frankie va apartándolo de su vida porque ya no es una niña; se trata de un niño que pide atención a lo largo de todas sus apariciones y que rara vez la consigue. En él tenemos la ingenuidad de la infancia bastante idealizada, justo lo opuesto de lo que veíamos en la adulta Berenice.

Y en el centro de todo está Frankie, a caballo entre dos mundos, que se desespera porque quiere que su hermano la lleve con ella después de la boda, que quiere dejar todo atrás hasta el punto de que se escapa a la ciudad primero y de casa después y, en ambos casos, lo puede contar de milagro. Frankie es una niña que ha dejado de parecerlo pero no es consciente de ello, sus amigas ya no la quieren porque no es lo suficientemente adulta, un soldado le presta atención de más porque ella lo confunde dándole conversación y pidiéndole ir a su habitación (hay que tener en cuenta que ella no tiene la más remota idea de lo que él cree que va a pasar en la habitación y cuando empieza consigue zafarse de milagro) y digo que lo confunde porque él piensa que ella es mucho mayor de lo que es, pero como no lo es está llevando una iniciativa que no es tal sin saberlo. También tenemos que hablar del padre de Frankie, que no está y así ella no tiene un referente protector en su vida y un hermano que estuvo pero se ha ido.

Si tuviera que compararlo con otras novelas, se me vienen a la cabeza dos, probablemente porque todos los (pre)adolescentes se parecen de alguna manera: por un lado El guardián entre el centeno, una historia que fascina a mucha gente pero que cuando quien esto escribe piensa que ella llega a la conclusión de que se resolvería todo dando un par de tortas al protagonista, por niñato... tratamiento totalmente aplicable a Frankie; y, por otro lado, Matar a un ruiseñor (no hablo de calidad, ojo, que Frankie y la boda me ha gustado pero Matar a un ruiseñor está a años luz de ella) en la medida en la que lo que se cuenta está tamizado por la visión de una niña que no termina de sentirse cómoda en el papel que le ha tocado en el mundo, aunque a Frankie le falta toda la dulzura, inteligencia y bondad que vemos en Scout, pero su ingenuidad es similar.

En definitiva se trata de una novelita breve (poco más de 200páginas) que narra un momento breve pero intenso por el que pasamos todos cuando dejamos de ser niños.

Pueden leer el resto de reseñas en los puntos de venta habituales: Desgraciaíto, MG, Carmen y Newland. Nos vemos en breve con las Ficciones de Borges

Otelo, el moro de Venecia

Acudo, una vez más, a la llamada del Club de lectores 2.0 con algo de retraso por cosas de la vida, pero acudo, que es lo importante, más vale tarde blablablá.

En esta ocasión, el libro, propuesto por Desgraciaíto, es ni más ni menos que una obra del autor de teatro más conocido de todos los tiempos: Otelo, de William Shakespeare. Es curioso que siendo el autor de teatro más importante de la historia, con el plus de que ya era conocido en su propia época, sea tan poco lo que sepamos de su biografía, pero en fin, nos ha llegado lo que importa de verdad, que son sus obras, y por ello debemos dar gracias a diario a la musa Talia por inspirarle.


No había leído Otelo hasta ahora, creía que sí, pero porque lo he visto en teatro universitario y mi madre es una gran aficionada a la ópera, pero no, he leído mucho Shakespeare pero no esta, y ha sido lo que esperaba e incluso más, como siempre pasa con Shakespeare.



La historia es sobradamente conocida: Otelo, el moro, se casa locamente enamorado de la bella Desdémona y esta le corresponde a pesar de las dudas de su padre que da por hecho que ha sido contra su voluntad (recuerda a El mercader de Venecia, ni un padre cree que su hija pueda desobedecerle por amor); Otelo es, además, un gran militar por lo que el moro es muy respetado en Venecia. El drama comienza porque ha nombrado como segundo al mando a Casio y no a Yago, que es el auténtico celoso del drama y este, para vengarse, decide inventarse una trama en la que Desdémona está yaciendo con Casio para sacárselos a todos del medio y, por el camino, sacar tajada asimismo de lo que Rodrigo siente por Desdémona. Acaba como todos los dramas de Shakespeare, Desdémona muerta a manos de un engañado Otelo y aun así enamorada de él, Casio herido -necesitamos que Otelo sepa la verdad-, Rodrigo muerto y con la mujer de Yago desvelando el pastel. Por el medio vemos los tejemanejes de Yago, que es más malo y envidioso que la tiña, vemos cómo Desdémona está tan ciega de amor y es tan buena que ni siquiera cuando sabe que va a morir culpa de Otelo porque lo sabe engañado (es mujer, estamos en el siglo XVI, así que lo importante es saberse honrada le hagan lo que le hagan etc, etc) vemos a Rodrigo que es más tonto que un zapato y cree que Yago actúa desinteresadamente y por unas joyas de nada a su favor y vemos a Otelo ir pudriéndose en la amargura poco a poco, por confiado.

Llama la atención, y mucho, el personaje de Emilia, esposa obediente pero que se huele la tostada y se resiste todo lo que puede a las malas intenciones de Yago, que no duda en traicionarle -aunque me resisto a llamar "traición" a delatar al bicho que tiene por marido-, que tiene el valor de cantarle las cuarenta a Otelo cuando ve que ha matado a Desdémona y llama la atención porque hablamos de una época en la que las mujeres por no poder no podían siquiera actuar (sus papeles en la corte de Isabel  I La reina virgen eran representados por hombres) pero, la ficción, como siempre, está de nuestro lado y las alianzas femeninas son muy frecuentes en el teatro clásico.



Espero que nadie haya llegado con esto a la conclusión de que Shakespeare era un autor feminista como no era un luchador contra el racismo a pesar del maravilloso monólogo de Shylock, era un maravilloso creador de personajes que plasmaba en sus tragedias las distintas actitudes del ser humano.

Puede leer el resto de reseñas en los sitios habituales: Desgraciaíto, Carmen, MG y Juanjo en la página del Club de lectores 2.0.


Los vagabundos de la cosecha

Acudo una vez más impuntual (shame on me!) a mi cita con mis compañeros del Club de lectura 2.0 para reseñar el libro cuya lectura hemos compartido en estos dos últimos meses que, en principio, iba a ser Germinal de Émile Zola pero que, gracias a la sabiduría de Carmen (y la extensión del libro), fue sustituido por Los vagabundos de la cosecha de Steinbeck y hablo de sabiduría porque me hacen en estos momentos de mi vida leerme un libro naturalista con todas sus llamadas a todo lo feo del mundo y no sé qué habría sido de mí.

Los vagabundos de la cosecha no es una novela sino una serie de reportajes que Steinbeck escribió para ¿denunciar? la situación que luego novelaría en Las uvas de la ira, es decir, nos va a contar, con una gran sensibilidad y solidaridad, las condiciones de vida de todos aquellos granjeros que pagaron a lo bestia las consecuencias de la Gran Depresión.

Así pues nos encontramos con una galería de granjeros del sur y medio oeste que lo han perdido todo y han tenido que emigrar a California con sus familias para cosechar por salarios de miseria las tierras de otros que no tuvieron la desgracia de encontrarse con la pertinaz sequía y el polvo (¿Han visto Interstellar? Lo que cuenta del polvo al principio de la película es real, sólo que no pasa por el motivo ni en el tiempo que describe la película, sino en los años 30, es lo que vivieron estos vagabundos de Steinbeck que tenían que darle la vuelta a los platos para poder comer sin polvo, algunos de los ancianos que salen en ese inicio eran estos niños) Allí nos encontramos una galería de seres tristes, de familias humildes pero orgullosas y profundamente trabajadoras en una situación tan terrible com predecible hasta el punto de que, en uno de los reportajes, Steinbeck puede datar como si fuera una prueba con Carbono14, cuánto tiempo lleva la familia en esa situación de chabola limpia, niños aún vestidos y comida escasa y cuánto tiempo le va a llevar convertirse en una más como otras, con chabola sucia, niños que corren desnudos, un par de bebés muertos por familia y comida saciante pero que provoca desnutrición.

Cuenta Steinbeck cómo estos antiguos granjeros americanos que han caído de pronto en la pobreza total vienen a sustituir a extranjeros que eran aún peor tratados, peor, sí, pero por muy poco; narrará cómo no les permiten sindicarse y apenas reunirse, cómo se oponen a la construcción de campamentos por parte del gobierno que no sólo funcionan en todos los sentidos materiales sino que además les devuelve la dignidad y la humanidad que poco a poco van perdiendo a base de hambre y ver morir a sus hijos, cómo hacerse un esguince es un drama intolerable que les lleva de la subsistencia a la nada y todo porque los granjeros de California que se han librado de la Gran Depresión hacen constantemente trampa y aplican técnicas matoniles y mafiosas, como contratar el doble de mano de obra que necesitan con el único fin de mantener los salarios en la miseria.

Es un libro muy interesante que nos remueve la conciencia, entre la literatura de denuncia y el reportaje periodístico sin ser ninguna de las dos cosas, demasiado real para ser literatura y demasiado subjetivo para ser periodismo (Steinbeck no tiene el menor pudor en regar casi cada párrafo de opiniones sobre lo justo y lo injusto) y, además de interesante, es brevísimo, apenas 70 páginas de puñetazos en el estómago, lo justo para llegar al final sin descomponerse. Léanlo y tomen conciencia.

Pueden leer el resto de reseñas en los sitios habituales: Desgraciaíto, Carmen, MG y Juanjo que se ha instalado definitivamente en la página del Club.

La muerte de Ivan Ilich

Con algo de retraso y además tarde (perdónenme tan estúpida broma, no se volverá a repetir), me uno a mis compañeros de Club de lectores 2.0 para la reseña bimensual que, en esta ocasión, versará sobre La muerte de Ivan Ilich de Leon Tolstoi, autor que ha tenido a bien escribir una genial novela (y, digan lo que digan mis compañeros, muy divertida en su amargura) que no tiene un gritón de páginas.

La muerte de Ivan Ilich tiene un título absolutamente descriptivo, como las demás novelas de Tolstoi (Guerra y paz habla de las invasión napoleónica o Anna Karenina de esa señora tan petarda) y es interesante ver como a partir de una simple anécdota -la muerte de un hombre- Tolstoi perfila una filosofía vital que, a la vista de cómo acabó su vida (separado de su mujer e intentando donar sus propiedades a los pobres, tras una vida tratando de huir de la vida lujosa que tenía por nacimiento) refleja, quizá, una explicación de a qué venía tanto deseo de alejarse de todo.

La novela comienza con el funeral de Ilich, eso le permite a Tolstoi mostrarnos una galería de personajes a cada cual más inane y absurdo: vemos unos amigos que están preocupados por quién reemplazará a Ilich a las cartas y, más importante y mezquino, quién saldrá beneficiado laboralmente por su muerte; vemos también a su esposa, la afligida viuda, que sólo tiene como preocupación procurarse una pensión y nada más, ahí se acaba su duelo... que no digo yo que la señora tuviera que amarlo locamente -a lo largo de la novela vemos que se casaron enamorados pero no terminaron así- pero un poco de discreción en esos momentos es de agradecer.

Lev Tolstoi, venerable
Después de narrarnos esos funerales, esto es, mostrarnos el presente de Ilich, el autor nos lleva de la mano por toda su vida, vemos de dónde sale y cómo va ascendiendo cada vez más en la judicatura pero no por interés profesional, sino para poder conseguir proveer a su familia de una vida más material, con más relaciones aristocráticas, para ello no les importan abandonar por sistema lugares de residencia y amigos. Tanto es así que, después de ver que nunca es suficiente y cada vez que se establecen y parecen satisfechos llegan las nuevas apreturas, parece haber llegado al final del camino (porque muere, que el lector intuye que no será así una vez más) sufre un accidente estúpido y aparentemente sin importancia que le llevará a la muerte -un simple golpe en el costado- y el pobre Ivan Ilich se siente traicionado... y con razón. Después de una vida de hacer lo que se espera de él, cada vez más y mejor, después de casarse con quien debía, de tener los hijos que debía y soportar perder a algunos, después de casi casar a su hija bien -no llegará a verlo-, después de conseguir 5000 rublos más en un nuevo cambio, después de haber decorado su casa a todo lujo personalmente... después de todos sus esfuerzos de él no quedará nada porque la vida no funciona así, no hay premio haciendo sólo lo que se espera de nosotros. Como decía, interesante, de lectura sencillísima a pesar de los mil matices que encierra.

Pueden leer el resto de reseñas en los sitios habituales: Desgraciaíto, MG, Carmen y Newland.

Pepita Jiménez

Hace muchos, muchos años, tantos como 26 (¡Ay! ¡qué mayor a la par que experimentada soy!) quien esto escribe tenía un profesor de literatura que se llamaba Juan Valera, que, para más enjundia, ha sido el mejor profesor de literatura que jamás he tenido; no olviden, que, como licenciada en filología, si algo he tenido yo en la vida, han sido profesores de literatura, así que ya tuvo mérito aquel señor jovencísimo en aquel lejano curso de BUP (repito: han pasado 26 años), un crío que nos trataba como seres pensantes y que nos hablaba con pasión arrebatada de libros y autores. Fue la primera vez que oí hablar de Pepita Jiménez, no porque entrara en materia, sino porque nos pareció una casualidad curiosísima... en fin, tontás de los quince años.

La segunda vez que oí hablar de este libro fue a mi abuelo, lector voraz que perdió la vista en los últimos años y seguía leyendo gracias a la ONCE y sus libros en cinta. Fue el último libro del que hablamos, no porque fuera el último que leyera sino porque fue el último que le entusiasmó de veras. A ver, también lo estudié en la facultad, pero era uno entre tantos y, dentro del curso del realismo, estando ¡Galdós! y Clarín (de hecho intenté que, para el Club, Pepita fuera Ana Ozores o Jacinta, pero no me dejaron por extensión narrativa), Pardo Bazán y Blasco Ibáñez pues qué se yo, no me dio por leerlo... 

En definitiva, dijo la mujer perifrástica gran enemiga de la brevedad, Pepita Jiménez lleva en mi pila de pendientes más de un cuarto de siglo y de pendientes apremiantes más de quince años pero no sé por qué no ha sido hasta que he podido enredar a MG, Desgraciaíto, Carmen y Newland que me he puesto a ello... y bueno, cómo decirlo, es una novela realista -eso es un pro, me encanta el realismo como movimiento-, sin páginas y páginas de descripciones -pro-, con una prosa exquisita -pro-, pero también sin chicha a la que agarrarse; es decir, está bien, se lee rápido y sin dolor, no hay nada que chirríe en lo que cuenta, hay un juego literario que me ha parecido sensacional, pero a partir de la mitad -cuando dejamos de leer cartas- decae y se hace un poco aburrido. 

Es realismo, es decir, todo, o prácticamente todo, es previsible, me explico: sabemos cómo va a terminar porque nos pone delante seres profundamente racionales que sólo son vencidos por el amor si son jóvenes y, aún así, podrían luchar contra ello si la sociedad se lo exigiera... aunque en la vida real no sea necesariamente así (el bisabuelo de mi abuela le robó la novia a su hijo y lo desheredó; de un lado quedó el robanovias con sus nuevos hijos, todos médicos y bien situados en una ciudad de provincias, y de otro el hijo -del que yo desciendo- que tuvo que buscarse la vida) El problema es que la literatura es otra cosa, pueden tener un final de seres racionales sin aburrirnos... ¡porque a la gente le pasan cosas, señor Valera!

Pero, aún así, no puedo no recomendarlo porque, como decía, hasta la mitad es una maravilla; Valera prescinde del narrador y nos pone a un hombre que va a tomar los hábitos a escribir cartas y, aunque no vemos jamás las respuestas, las deducimos porque nosotros le diríamos exactamente lo mismo; vemos cómo el personaje se va engañando para no aceptar que se está enamorando de la misma mujer que su padre quiere convertir en madrastra, vemos cómo le mueve la culpa, cómo se niega, cómo se deja llevar, cómo trata de huir de esa situación y el proceso es tan claro, está tan bien descrito que dan ganas de aplaudir de pie... hasta que llega la segunda parte y todo se va al garete... en mi caso -confieso- se va al garete porque tenía la esperanza de que todo fueran imaginaciones suyas y Pepita no le correspondiera (conocía el final, pero yo qué sé, si algo está bien escrito me meto tanto en lo que leo que me convencí de que Santiago Nasar podía salvarse) lo cual hubiera hecho la novela infinitamente más divertida. 

En fin, si tienen un rato, léanla al menos hasta la mitad y a partir de ahí decidan si quieren seguir o no, que yo no les fuerzo.

Pueden leer el resto de reseñas en los sitios habituales: MG, Carmen y Newland.

No sabemos si habrá un siguiente libro del Club, si no, ha sido un placer, si sí, seguiremos sufriendo pero, sea sí o sea no, lean, lean, malditos.

Butcher's crossing

Acudimos presto a nuestra cita de cada dos meses (cada vez que pienso que al abrir esto mi idea era escribir al menos tres reseñas cada semana se me cae la cara de vergüenza) con el Club de lectores para hablar de la novela de John Williams, Butcher's crossing.

No hubiera dado crédito si hace diez años, diez meses, diez semanas, diez días o diez minutos alguien me hubiera dicho que iba a leer hasta el final, completamente atónita, y sin sufrir un libro que va -atentos- sobre el viaje iniciático de un niño pera americano del XIX que le lleva a una América aún deshabitada (y que seguramente seguirá hoy igual de vacía, qué demonios) a cazar bisontes hasta la extinción; pero sí, es eso, nada más que eso, y a pesar de una premisa tan marciana (para mí, ojo) la cuestión es que, sin que haya sido el enganche del siglo el libro, me ha gustado bastante porque el autor consigue, a pesar de un millón de defectos -qué prosa más empalagosa Jesús Jesús-, que el lector se meta si no en la historia -a ver, que va de cazar bisontes hasta la p*** extinción, es francamente difícil meterse en su piel- en el paisaje hasta el punto de que hay una parte en la que se quedan sin agua y quien esto escribe -en esa parte y sólo en esa parte en concreto- tuvo que seguir leyendo a pesar del sueño hasta que la encontraron, muerta de sed pero sin animarse a traicionar a los personajes yendo a beber agua cuando ellos no tenían. He pasado unos días un rato cubierta de polvo, he pasado un calor horroroso y un frío incluso más horroroso y, sobre todo, mucha mucha sed mientras veía horrorizada como a nadie le preocupaba que estaban acabando con los bisontes, lo sabían y les daba igual. Otro acierto, a mi entender, es que aunque es obvio que el niño pera cambia muchísimo durante el viaje, el autor no nos hace ver que hubiera encontrado el sentido de la vida, es su experiencia y sólo es aplicable a él, bien por Williams.

No me atrevo a recomendarlo muchísimo pero desde luego no lo des-recomiendo. Anímense a pasar sed, o no, anímense a ver como un personaje al que respetarán ¡a pesar de esto! está empeñado en acabar con una especie de reserva de 3000 bisontes cuando ya apenas hay, o no, yo qué sé, si les da igual la historia pero quieren sumergirse DE VERDAD en el salvaje oeste como si fuera realidad virtual, adelante.

Tienen el resto de reseñas en los sitios habituales: Mg, Desgraciaíto, Newland y Carmen.

Salvo que venza la pereza y me anime al menos a reseñar Patria de Fernando Aramburu (qué novelón, léanla por Dios) nos vemos en el siguiente libro club en dos meses con Pepita Jiménez.

Grandes Esperanzas

Una vez más, los ya no tan aguerridos miembros del Club de lectura se enfrentan a la lectura compartida de un libro que, por una vez, ha obtenido la unanimidad en positivo ¡albricias! Quizá sería interesante añadir a esta pequeña presentación, que hace un par de años, a la hora de elegir los libros, habíamos propuesto nada menos que DOS libros de Dickens, uno se descartó porque llamó más la atención otra cosa y el segundo... porque perdió el Atleti... ¿Qué añadir? YA NOS VALE. En fin, al lío.

Es conocido que Grandes esperanzas es una de las obra cumbre de Charles Dickens (o Carlitos Dickens como decía mi abuelo), una novela de aprendizaje que fue publicada en entregas y, como tal, tiene la dificultad añadida de que debe mantener al lector interesado en cada entrega, esto es, aun siendo una novela realista -cuya característica más conocida, que no principal, es que está plagada de descripciones- está escrita con un ritmo tal que nos empuja a continuar página tras página y no crean que es fácil mantener el interés en la historia de una persona sin importancia haciendo en la trama giros completamente locos que parezcan giros completamente cuerdos, no olviden que todo lo que nos cuenta es posible y, más importante aún cuando hablamos de ficciones literarias, es absolutamente verosímil.

Dickens era, además, un gran narrador de clases. En este caso nos encontramos con un niño huérfano de clase trabajadora (no tenía ni idea de cómo era una herrería y después de Grandes Esperanzas tengo la sensación de haber estado con asiduidad en una, háganse una idea de qué supone leer a Dickens), con una hermana que lo maltrata y un cuñado bobo de buen corazón que tiene su misma edad mental, que aunque es de buen conformar no tiene mayor deseo en la vida que ser un caballero. El deseo le nace que los días que pasa acompañando a una suerte de rosita la soltera que, a pesar de que en todo momento lo trata bien, no así la niña Estela, le abre las puertas a un mundo de caballeros en el que Pip se ve, y ve a su entorno, zafio y vulgar. Un golpe de suerte que no desvelaré hace que aparezca un benefactor que se haga cargo de su educación, es decir, de su conversión en caballero, una segunda etapa que, al ser una novela realista, no pasa de pronto, no es un camino de rosas, no nos pontifica sobre qué vida es mejor, sólo pasa, como pasan las cosas en la vida.

La Doña Rosita la soltera de Dickens,
fíjense si está de lo suyo que la interpreta Helena Bonham Carter.
El ritmo y la dosificación de la información en esta novela está tan bien manejado que no se hacen nada pesadas su casi 700 páginas. Vemos distintos escenarios casi como si estuviéramos en ellos, conocemos personajes que podrían ser reales -sí, incluso la eterna novia- a lo largo de una vida extraordinaria que lo es gracias a un golpe de suerte. 

Pueden leer el resto de reseñas del Club en los sitios habituales: la casa de la rubia MG, La mesa cero de Desgraciaíto, el Mundo de Carmen y la página del Club, donde encontrarán a Newland.

La gran migración

Me reúno una vez más (aunque de nuevo con cierto retraso) a mis compañeros de Club de lectores 2.0 para comentar el libro bimensual, en esta ocasión un interesantísimo ensayo sobre los movimientos migratorios cuyo título es el de esta entrada de autor alemán Ezensberger.

La única pega que se me ocurre, así de pronto, es que es un libro difícil de encontrar pero, si el lector salva ese ¿pequeño? escollo, todo lo demás son ventajas.

El libro son 33 brevísimas acotaciones (el propio autor las llama así, acotaciones) en torno a las migraciones (la humanidad lleva migrando desde que antes de llamarse humanidad), qué significa migrar, por qué motivos, qué supone esa migración, desde cuándo se da (desde siempre), etc.
Más que de conclusiones, La gran migración es un libro de preguntas que el lector debe hacerse, y es que, en torno a este tema, lo que vivimos hoy ya lo hemos vivido con anterioridad y lo viviremos en el futuro, por lo que la única conclusión del libro es que la migración es una constante, problemática, sí, pero constante, que de alguna manera todos somos migrantes (puede que no en el presente, pero lo fuimos y/o lo seremos) y por lo tanto ni la xenofobia ni el nacionalismo (también constantes) tienen sentido.
Cualquier migración desencadena conflictos, independientemente de la causa que la haya originado, de la intención que la mueva, de su carácter voluntario o involuntario, o de las dimensiones que pueda adoptar. Tanto el egoísmo de grupo como la xenofobia son constantes antropológicas previas a cualquier justificación, cuya difusión universal permite pensar que fueron anteriores a cualquier forma social conocida. Para frenar dichas constantes, pare evitar continuos baños de sangre, para posibilitar un grado mínimo de intercambio y circulación entre clanes, tribus y etnias, las sociedades antiguas inventaron los tabúes y los ritos de hospitalidad. Tales mecanismos no suprimen, sin embargo, el status de forastero; al contrario, lo consolidad. El forastero goza de hospitalidad, pero no puede quedarse.
Un poco mas adelante (la cita es toda la acotación número cinco) el autor explica, de la manera más sencilla imaginable, por qué nos sentimos dueños de la tierra que habitamos, y lo hace con la metáfora del tren: cuando llegamos a un compartimento vacío nos sentimos afortunados, repartimos nuestras pertenencias por todo el espacio; un rato después llega alguien, ya no es tan cómodo como cuando íbamos solos pero es soportable, aunque tenemos que replegar velas podremos mantener una conversación; poco después aparece un tercero y la cosa se complica un poco más, hemos entrado en complicidad con el segundo (sin necesidad de hablar con él en ningún momento, piense que no ha habido tiempo) para detestar al tercero porque ha entrado en el compartimento ¡nuestro compartimento! y pretende que le dejemos sitio; y qué decir del cuarto compañero de compartimento cuando aparece, los dos primeros ya estaban molestos con el tercero, que está, a su vez, francamente incómodo con el cuarto pero no siente la complicidad con los otros dos que tienen entre sí... todos nos hemos visto en esa situación que es tan fácilmente traducible a la tierra que pisamos: estamos en ella por casualidad, vivimos en una prosperidad que, aunque puede que contribuyamos con todas nuestras fuerzas, no hemos creado (ojalá fuera tan fácil crear bienestar como destruirlo) y nos sentimos ¿invadidos? cuando otros vienen aunque, en al mismo tiempo, nos sentimos legitimados para cambiar de compartimento si se nos hace incómodo el que aparece en nuestro billete.

La gran migración continúa, el ser humano es así, no siempre es una huida; piense, querido lector, que las fiestas de los pueblos se inventaron para evitar la endogamia.

Pueden leer el resto de reseñas en los sitios habituales: MG, CarmenDesgraciaíto y Newland en la página del Club.

Felicidades Anijol

Hoy es un día estupendo; por fin ha salido el sol y parece que esta vez lo ha hecho para quedarse, los pajaritos cantan, las nubes se levantan y se largan con viento fresco y, sobre todo, es el cumpleaños de ANIJOL ¡¡bieeeeeen!!

Si alguien no sabe quién en Anijol, déjenme que les dé sólo una pequeña pista para que se hagan una idea de lo estupenda que es: llevo un tiempito persiguiéndola para que me eduque al niño porque los suyos son tan estupendos que creo que me va a ser imposible hacerlo igual de bien, ni siquiera sé si seré capaz de acercarme; así que, si estaba dispuesta a confiarle (por fiiiii) la crianza de mi propio hijo con los ojos cerrados (porque se niega la jodía, que si no, allí que estaba), no hay nada que crea que pueda hacer mal, nada en lo que no sea generosa, inteligente, valiente, sagaz, divertida y un etc de adjetivos elogiosos tan largo, que necesitaría una década para terminarla.

 ¡Felicidades, Guapetona!

El príncipe

Una vez más, aunque unos días tarde (Se me cae la cara de vergüenza) me reúno con mis compañeros lectores del Club de lectura 2.0 para reseñar el libro del ¿bimes? (esto de leer cada dos meses provoca jaleos como hacerse un lío con las fechas como ha sido mi caso, o que si seguimos leyendo pegados a la fecha simplemente no llegamos). 

En fin, sin más dilaciones que no interesan a los lectores, el libro de este mes es El príncipe de Maquiavelo, un texto que debiera ser de lectura obligatoria en todos los institutos del mundo, aunque sólo fuera por la cantidad de la gente que lo cita sin tener ni la más pajolera idea de lo que va, que es como la manzana de la Biblia, que todo el mundo la cita y no existe.

La historia del libro es conocida, Nicolás de Maquiavelo, inspirándose en las andanzas de Fernando el Católico, le regala este texto a Lorenzo de Medici para ayudarle en su labor de gobernante y tras su muerte, el libro es publicado. A partir de aquí no sé si es que no se entiende bien -aunque a mi parecer Maquiavelo se explica perfectamente- o que la celebérrima el fin justifica los medios que no está con esas palabras en el texto han hecho que hayamos convertido el nombre de Maquiavelo en algo para justificar la maldad más abyecta si se persigue un fin claro... y no, no es eso, no es eso exactamente... y decimos eso sin necesidad de cebarse en el hecho de que es un texto del siglo XVI, que tenemos la manía de leerlo todo en clave presente, y aunque todo es aplicable al presente con ligeras actualizaciones, es innegable que El príncipe es, como el código de Hammurabi, en su momento un canto a la cordura y a la justicia; lo siento, jóvenes, pero que el príncipe sepa serlo a base de tener contento al pueblo, en el siglo XVI, es una suerte lo miren por donde lo miren.

Maquiavelo escribe un tratado explicándole a Lorenzo de Medici qué tiene que hacer si quiere seguir siendo gobernante, y la conclusión no es que el fin justifica los medios sino que tiene que utilizar la astucia para llegar al poder y, una vez en él, mantenerse. Tras contarnos los distintos tipos de lugares gobernables nos dirá Maquiavelo que para mantenerse en el poder no basta el miedo, no basta tener a los nobles contigo, no basta tener al pueblo contigo, no basta con ser justo... sino que el arte de la gobernanza consiste en una mezcla adecuada de todo lo anterior... y lo divertido es que todo lo que dice es aplicable a día de hoy, y de ahí su fama... ahora bien, huya de aquel aspirante al poder que lo cite porque, si lo conoce, malo, y si no lo conoce y se limita a el fin justifica los medios, peor.

Del texto me han llamado la atención un montón de cosas, pero hay un fragmento en especial a propósito del principado civil:

En todas las ciudades [con intención de aplicarlo a la actualidad entiéndase naciones] existen estas dos facciones distintas y se debe al hecho de que el pueblo no quiere ser sometido ni oprimido por los poderosos y los poderosos quieren someter y oprimir al pueblo; de estas tendencias nace en la ciudades uno de lo estos tres efectos: principado, libertad o desorden.

El mundo de hoy está muy lejos de ser un paraíso de libertad, pero son muchos los que ahora nos venden que vivimos en un principado, casi tantos como los que no hace tanto decían que eran ellos o el desorden... Las libertades que hoy disfrutamos nos han costado siglos de luchas y, como se vio durante el siglo XX, el progreso tecnológico y científico, la riqueza, la cultura, el bienestar, y la aparente felicidad, no garantizan nada, basta una crisis prolongada para mandar todas las libertades al traste. 

Soy consciente de que no es una reseña al uso, porque es francamente difícil hacerles partícipes de la lectura de un texto tan complejamente sencillo como este, salvo que se acerquen al texto, que es breve, brevísimo pero de los que pasan a la historia. Y, por cierto, si se animan, leánlo con las anotaciones de Napoleón, el megalomaniaco más enloquecido de la historia, que no le hizo caso al sabio Maquiavelo y ya saben cómo acabó la historia.

Pueden leer el resto de reseñas en los sitios habituales: ya están MG, Desgraciaíto, y en algún momento aparecerán las de Carmen y Juanjo.